miércoles, septiembre 10, 2014

 La recordamos con este hermoso relato

                 "Sonata de unos pies descalzos"

La mañana se despereza en Novelda antes de que el silencioso sol se adome por detrás de las pequeñas montañas y sus rayos se extiendan acariciando los tejados de las casas.
    Las mañanas son silenciosas, todo vuelve a su lugar lentamente. Por la calle pasan unos pies presurosos, la gente, dentro de las casas, escucha y sabe que es la Hna. Teresa Mira, que como cada día, acude fiel a su cita con Jesús en la Eucaristía. Doña Concha Sabater esconde en su casa al sacerdote Don Carlos López y a su criada Remedios Martínez. Son tiempos difíciles, la gente teme y se esconde, pero Dios sigue amaneciendo cada mañana en los corazones de muchos y sus rayos se extienden infundiendo consuelo y esperanza.
La Hna. Teresa llega como cada día, sonriente y amable a casa de doña Concha, doña Remedios, un poco nerviosa se acerca a la Hna. Teresa para sugerirle que se ponga otros zapatos, pues los que lleva  son muy ruidosos y podrían delatarles, además la casa está limpia y el barro se pega en los zapatos y se mancha todo... La respuesta de Teresa es   inmediata: -Tranquila, doña Remedios, no volverá a pasar.
¡Quién  sabe de  dónde habría heredado esos zapatos la Hna. Teresa! Seguramente habrían pertenecido a alguien con un pie más grande que el suyo y se habría cansado de que todo el mundo girara la cabeza para ver quien pasaba con aquel ruido.
Pero a la Hna. Teresa no le importó  el número de los zapatos cuando se los regalaron, tampoco le dio importancia al ruido que hacían. Eran unos zapatos, el pie le entraba, le podían servir perfectamente para lo que normalmente sirven unos zapatos: proteger los pies de las piedras y de los charcos y barrizales de los días de lluvia. - ¡Me vienen como anillo al dedo!- diría la Hna. Teresa al recibirlos. Y con la misma unción y sencillez tanto recibía unos zapatos viejos como una sonrisa recién estrenada. Y la exdueña de los zapatos se fue más contenta por lo que acababa de recibir que por lo que había dado. Pues nadie se alejaba de la Hna. Teresa sin descubrir o aprender algo.
La Hna. Teresa no había estudiado, pero en ella la gente descubría mucha sabiduría, y de todos sabido que la sabiduría es la fuente de la alegría. La Hna. Teresa transmitía esa sabiduría que no está en los libros, sino en la vida, en esa vida de la que ella cada día aprendía. Por eso siempre estaba alegre, por eso su sonrisa no era una mueca vacía, por que Dios se encargaba cada día de que Teresa recogiera y repartiera todas esas pequeñas lecciones que se esconden en medio de lo cotidiano y que poseen la magia de ir transformando a las personas.
Al día siguiente, aún no había salido el sol, cuando llegó como siempre al encuentro con Dios. Pero ese día la señora Remedios puso unos ojos como platos; la Hna. Teresa estaba descalza y llevaba los zapatones en las manos. La Hna. Teresa supo suavizar la tensión y remordimiento que eso provocó en doña Remedios, que ignoraba que la Hna. Teresa no tuviera más zapatos. Seguramente terminarían riendo; - pues por algo soy Descalza - diría la Hna. Teresa, ya que con ella todas las cosas terminaban en son de paz, a pesar de que el país en este momento estuviera en son de guerra.
Aquellos zapatones tuvieron la suerte de ser testigos de las huellas evangélicas que dejaba Teresa por la vida. Seguramente habría quien descubriría en el ritmo del ruido de esos pasos el ritmo del corazón de Dios que una vez más, a través de Teresa se hacía más humano y más cercano.
Ojalá hoy pasaran por nuestras calles muchos zapatos haciendo ruido, anunciando que van al encuentro de  Jesús. Ojalá hoy pasaran por nuestras calles muchos pies descalzos de todo aquello que no es importante ni necesario. Seguramente habría más caras con sonrisas como las de Teresa.
Dicen que en el cielo, en un ladito del umbral de la puerta, hay unos zapatones viejos. Un curioso le preguntó a San Pedro que de quién eran aquellos zapatos. San Pedro le respondió: - Son de una monja que subió con zapatos y todo. Pero al llegar quiso descalzarse, pues no quería andar por el cielo haciendo ruido.
                                                  Pili Jordá, cmt