viernes, febrero 23, 2018

RELATOS


El 26 de febrero recordamos y celebramos la fecha en que nuestra Venerable Hna. Teresa Mira se fue a gozar de la presencia del Padre en la Casa del cielo.
Año tras año, el encuentro con Teresa Mira García, nos regala un puñado de esperanza; será porque, a Teresa Mira García se la encuentra siempre entre las coordenadas de la bondad, la alegría, el bien, el amor, la serenidad, la benevolencia, la amistad, la generosidad… valores simplemente humanos, fácilmente reconocidos por la mayoría, pero, ciertamente, un poco escasos en nuestro mundo actual. Teresa Mira los aprendió desde niña. Fue el suyo, un camino corto, pero intenso,  vivido con pasión, agarrada al corazón de Dios y de los hombres y mujeres de su tiempo en clave palautiana. Aquellas experiencias dejaron huella en su alma; siempre con le fe y la esperanza en alto, apoyada en Aquel que la llamó a estar con Él (Mc 3,13)



          Algunos de los relatos de su muerte, que nos han dejado los que la conocieron suscitan en mí una fascinación especial, me detendré hoy, en el de su amiga Ela:

 “Yo conocí a Teresa Mira”: 
Así comienza la entrevista que su amiga Ela Bello, tuvo con el periodista, P. Eduardo Gil de Muro.[i]

Poco a  poco fui intimando con Teresa. Pronto me dí cuenta de la calidad de alma que había en aquella mujer…Sí, nos hicimos amigas verdaderas. Me sorprendió la sinceridad con que ella me hablaba de sus cosas siendo, como era, bastante mayor que yo. Y monja. Pero sin que ello supusiera ninguna distancia. Yo la escuchaba casi conmovida. Con ella se podía hablar de todo: de Dios, de nuestra vida interior, de las cosas de nuestra casa, de lo que estaba sucediendo en el pueblo. A Teresa le vibraba el alma. Nunca sospeché que pudiera haber en este mundo alguien tan sensible. Ella era así: incapaz de ver pasar ante sus ojos una necesidad, una urgencia. Creía tener en sus manos la solución de todo(...)

Ela sigue hablando. No, no me preguntes por lo que supone para mí y ahora la Hna. Teresa Mira. No es un recuerdo, no puede serlo nunca, ni una melancolía. Ni una memoria que me asalta cuando menos lo espero. Teresa es una cosa viva. Hablo con ella. Me es tan propia como es propia mi existencia. Un trozo de mí misma. Le digo las mismas cosas que le decía cuando estábamos en Novelda y ella se me iba muriendo poco a poco (…) Fui como su doble. O como su sombra. Una sombra amable que a veces se maravillaba de cuanto sucedía a su alrededor De verdad que me daba como miedo pensar que estaba viviendo con una santa. Y Teresa lo era de verdad. Una de esas almas cristalinas, sencillas hasta la emoción. Capaz de ver siempre el rostro de Dios en el rostro de las gentes (...)            
“la mañana que murió tocaron solas las campanas” Me dijeron que nadie había tocado la campana del Colegio en la madrugada en que ella falleció. Pero, yo, que había ido a Misa en la Parroquia a primera hora, la oí sonar. Y supe que ella había muerto. En Novelda se enteró todo el mundo de la muerte de Teresa. Y se llenó el colegio de gentes que venían a verla muerta. Y cortamos violetas y se las derramamos encima, y la gente se llevaba las flores que habían estado cercanas a su cuerpo. Y le tocaban estampas y medallas. Y el entierro fue como una manifestación de triunfo. Estaba segura de que había sido recibida como se recibe a la inocencia y a la ternura.
Yo la conocí de verdad. La oí respirar a mi lado como respira el corazón de Dios. O el corazón que de Dios vive enamorado”



[i] Revista Teresa de Jesús,nº 150, ELA BELLÓ pps 228-232