El
26 de febrero recordamos y celebramos la fecha en que nuestra Venerable Hna.
Teresa Mira se fue a gozar de la presencia del Padre en la Casa del cielo.
Año
tras año, el encuentro con Teresa Mira García, nos regala un puñado de
esperanza; será porque, a Teresa Mira García se la encuentra siempre entre las
coordenadas de la bondad, la alegría, el bien, el amor, la serenidad, la
benevolencia, la amistad, la generosidad… valores simplemente humanos, fácilmente
reconocidos por la mayoría, pero, ciertamente, un poco escasos en nuestro mundo
actual. Teresa Mira los aprendió desde niña. Fue
el suyo, un camino corto, pero intenso, vivido
con pasión, agarrada al corazón de Dios y de los hombres y mujeres de su tiempo
en clave palautiana. Aquellas experiencias dejaron huella en su alma; siempre
con le fe y la esperanza en alto, apoyada en Aquel que la llamó a estar con Él (Mc
3,13)
Algunos de los relatos de su muerte, que nos han dejado los
que la conocieron suscitan en mí una fascinación especial, me detendré hoy, en el
de su amiga Ela:
“Yo conocí a Teresa Mira”:
Así
comienza la entrevista que su amiga Ela Bello, tuvo con el periodista, P.
Eduardo Gil de Muro.[i]
“Poco a poco fui
intimando con Teresa. Pronto
me dí cuenta de la calidad de alma que había en aquella mujer…Sí, nos hicimos amigas
verdaderas. Me sorprendió la sinceridad con que ella me hablaba de sus cosas
siendo, como era, bastante mayor que yo. Y monja. Pero sin que ello supusiera
ninguna distancia. Yo la escuchaba casi conmovida. Con ella se podía hablar de
todo: de Dios, de nuestra vida interior, de las cosas de nuestra casa, de lo
que estaba sucediendo en el pueblo. A Teresa le vibraba el alma. Nunca sospeché que pudiera haber en este
mundo alguien tan sensible. Ella era así: incapaz de ver pasar ante sus ojos
una necesidad, una urgencia. Creía tener en sus manos la solución de todo(...)
Ela
sigue hablando. No, no me preguntes por
lo que supone para mí y ahora la Hna. Teresa Mira. No es un recuerdo, no puede
serlo nunca, ni una melancolía. Ni una memoria que me asalta cuando menos lo
espero. Teresa es una cosa viva. Hablo con ella. Me es tan propia como es
propia mi existencia. Un trozo de mí misma. Le digo las mismas cosas que le
decía cuando estábamos en Novelda y ella se me iba muriendo poco a poco (…) Fui
como su doble. O como su sombra. Una sombra amable que a veces se maravillaba
de cuanto sucedía a su alrededor De verdad que me daba como miedo pensar que
estaba viviendo con una santa. Y Teresa lo era de verdad. Una de esas almas
cristalinas, sencillas hasta la emoción. Capaz de ver siempre el rostro de Dios
en el rostro de las gentes (...)
“la
mañana que murió tocaron solas las campanas”
Me dijeron que nadie había tocado la campana del Colegio en la madrugada en que
ella falleció. Pero, yo, que había ido a Misa en la Parroquia a primera hora,
la oí sonar. Y supe que ella había muerto. En Novelda se enteró todo el mundo
de la muerte de Teresa. Y se llenó el colegio de gentes que venían a verla
muerta. Y cortamos violetas y se las derramamos encima, y la gente se llevaba
las flores que habían estado cercanas a su cuerpo. Y le tocaban estampas y
medallas. Y el entierro fue como una manifestación de triunfo. Estaba segura de
que había sido recibida como se recibe a la inocencia y a la ternura.
Yo la conocí de verdad. La oí respirar
a mi lado como respira el corazón de Dios. O el corazón que de Dios vive
enamorado”