TERESA
MIRA Y LA GRANDEZA
DE LO PEQUEÑO
Rosario Montero Villalba, cmt
Vivimos en un tiempo y una cultura que privilegia la cantidad, el tamaño, contabiliza el número; una cultura que se fija en lo grande, lo extraordinario, lo llamativo; deja en las manos de los “grandes” la marcha del mundo… Sin embargo, nos asombra la manera tan profunda como miraba Jesús a las personas y las dignificaba por sus actitudes y gestos más sencillos. Podemos tomar como ejemplo la ofrenda de la viuda (Mc 12, 41-44). Jesús sabe mirar dónde está la verdadera grandeza, la generosidad radical, la humildad que brilla y conmueve, la grandeza de la gente sencilla.
En nuestra vida, seguro que nos encontramos con mucha gente buena cuya entrega, callada y discreta, pasa desapercibida. Todos tenemos ejemplos y anécdotas para demostrar la grandeza que se puede derivar de los detalles más pequeños. Sabemos, porque lo hemos experimentado, cuántas veces lo más insignificante e intranscendente puede producir y producirnos contento y felicidad.
Un testimonio, muy de familia, que nos ofrece pequeñas y repetidas ocasiones de servir a Dios es nuestra hermana Teresa Mira. Ella no fue sabia, ni poderosa, ni de la nobleza (1Cor 1,26). Su sencillez va más allá de toda ciencia y está al alcance de todos. Supo interpretar muy bien la cita evangélica: “Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” (Lc 10,21). Porque para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.
Desde su humildad, la hermana Teresa sabe descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y se abandona con todas sus fuerzas a la Providencia divina consciente de que es hija amada de Dios y que jamás se verá defraudada por Él. No le faltaron ocasiones para demostrar, a través de lo pequeño, su talante de humildad y entrega. Estuvo siempre en guardia para no fallar en las cosas más sencillas y ordinarias. Con un amor incondicional a Dios y a los prójimos como buena hija del beato Francisco Palau.
La vida de Teresa es un testimonio de humildad, de entrega y misericordia. Le bastaba tan solo una palabra, un gesto, un minuto de tiempo, para hacer felices a cuantos la trataban. Por eso recibió de Dios el premio a la fidelidad y cuidado de lo pequeño: “Porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho” (Mt 25,23).
“Dios ama al que da con alegría” 2Cor 9,7). No se deja ganar en generosidad. Como dice la gran Santa Teresa de Jesús: “Sea por todo alabado y bendito, que así paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras, y las hace grandes siendo de pequeño valor” (Fundaciones 10,5).
El testimonio de nuestra hermana Teresa es una llamada a la afabilidad, a la paciencia, a la cordialidad…, a esas virtudes que permiten la buena convivencia y la comunión. Saber mirar a las personas, sus gestos y sus actitudes con los ojos de Jesús para poder ver la belleza del reino que ya está ahí y que se despliega en lo pequeño, en lo insignificante y escondido.
Teresa nos demuestra que las virtudes están formadas por una tupida red de actos que quizá no sobresalen de lo corriente y ordinario, pero en ellas se va forjando día a día la propia santidad. No olvidemos que muchas cosas grandes se prometen a quien es fiel en lo pequeño, a quien sabe mirar con ojos de misericordia.
Cada día nos espera Cristo con las manos abiertas. En ellas podemos dejar esfuerzos, sonrisas, delicadezas…, muchas cosas pequeñas que Él sabe apreciar, tesoros que guarda para la eternidad. Lo humano y lo divino se funden en una profunda unidad de vida que nos permite ganarnos poco a poco el Cielo con lo humano de cada jornada.
Que el testimonio de nuestra hermana Teresa nos ayude a reconocer la grandeza de lo pequeño, de esas cosas pequeñas que son las que tejen los actos verdaderamente importantes, esos códigos sencillos que tanto nos aportan: una sonrisa, una palabra, un gesto de empatía…Códigos que no se compran, sino que salen desde lo más profundo de nuestro ser; aspectos que se instalan en nuestra memoria y que nos aportan la verdadera felicidad.